La
Plaza Che de la Universidad Nacional de Colombia debe ser seguramente el lugar
más referenciado del campus universitario. Quien transita por este, fácilmente
lo identifica no como el centro físico sino social de la comunidad universitaria.
El miércoles 19 de Octubre, quienes atravesaron la plaza, se encontraron que el
mural del Che que está presente como inscripción y huella de memoria había sido
borrado, hecho que había sucedido de manera similar hace unas dos semanas. El
vicerrector Jaime Franky en entrevista con Blu Radio aseguró que no fue una
orden de la administración de la UN, sino que ocurrió por iniciativa de
particulares durante la noche. Para nosotros y nosotras lo importante no radica
fundamentalmente en quien llevo a cabo la acción, cuya logística (varios pisos
de andamios, rodillos, extensores, pinturas, etc.) escapa desde toda lógica a
una iniciativa fortuita e inocente, de la que ni la administración de la UN ni
su división de seguridad tenga noticia alguna. Lo que realmente queremos
discutir en este artículo es el significado de este hecho, lo que representa,
lo que esta atrás y sus posibles consecuencias en la comunidad universitaria.
Habrá
que decir que este debate no es nuevo, la última vez que se posicionó en la agenda
fue después del paro nacional de 2011, durante el cual las expresiones diversas
de símbolos y la polifonía que encierran fue seguramente la principal de sus
características. El éxito de este paro en definitiva fue convertirse en un
proceso movilizador del conjunto de los estudiantes y la superación con creces
de los límites de las organizaciones estudiantiles de izquierda. De allí parte
en ese momento la discusión sobre el Che como símbolo, de la diversidad de
perspectivas y enfoques que se encierran en un sujeto colectivo amplio como el
estudiantil. La primera premisa que de esto podemos extraer, y que consideramos
irrefutable, es que el Che no representa al conjunto de los estudiantes. Que
pobre sería el debate de una idea tan obvia, que, no obstante, es el argumento
principal de gran parte de las personas y sectores que se manifiestan
contrarias a la imagen del revolucionario argentino.
En
efecto, el debate en torno al Che no solo es por el lugar de la plaza en la
universidad como espacio, sino por el sector político al que representa. ¿Acaso
Santander, López Pumarejo o Sarmiento Angulo nos representan al conjunto de la
comunidad universitaria? Suponiendo que no ¿Por qué no se instala entonces un
debate siquiera similar en torno al edificio de Diseño Gráfico, el estadio o el
de Ciencia y Tecnología? Allí radica lo interesante y lo complejo de esta
discusión, pues si escarbamos detrás de una capa y otra de pintura lo que
encontramos es el problema del vínculo entre memoria y política.
La
memoria como proceso social es un campo de disputa. De allí que, sin el delirio
de ver conspiraciones a diestra y siniestra, hay que advertir que no es
inocente el debate en torno a la imagen del Che. La manera como se nombran los
lugares, así como los relatos que los acompañan, tienen que ver con el poder,
la sensibilidad de una sociedad, sus vínculos, sus preocupaciones, sus anhelos,
sus aversiones; de manera particular tiene que ver con la historicidad que
atraviesa ese conjunto humano en el momento que debate sobre sus referentes. Por
esto, para referirnos a este debate no podemos dejar de atender al principal
problema que atraviesa hoy por hoy a nuestro momento histórico: el gran debate
nacional entorno a la construcción de la paz. Mucho se ha hablado de la campaña
por el “NO” en el plebiscito, y de ello queremos tomar un elemento principal:
la idea que relacionaba la victoria del “SI” con la asunción de un proyecto
socialista en Colombia, la muy recurrente denuncia de “Le van a entregar el
país al castrochavismo”. Hay que señalar que esta hace parte de una serie de
consignas que expresan un conjunto de valores profundamente contrarios a la
democracia (como la homofobia contra la llamada “ideología de género”) en tanto
creemos que el miedo a ser una nueva “Cuba” es una reedición de la proscripción
del comunismo llevada a cabo durante la guerra fría. Nos explicamos: Los
grandes conflictos de ese tiempo estuvieron marcados por el despliegue de “la
lucha contra el comunismo”, proceso eminentemente violento que se llevó por
delante gobiernos democráticamente electos como el de Jacobo Arbenz y Salvador
Allende (entre otros). Gran parte de lo que serían las guerrillas
latinoamericanas se constituyeron en medio de dictaduras, como consecuencia de
la violencia contra comunidades campesinas (Marquetalia para no ir muy lejos) y
la persecución a partidos políticos antes en la legalidad. El miedo de hoy al
“castrochavismo” ajusta estos valores a nuestro momento histórico: la
proscripción de una opción legal de izquierda en la arena política colombiana.
Dicho
esto retomamos, no comulgamos con aquellos y aquellas que suponen posiciones de
ultraderecha ante cualquier crítica a la izquierda, muy por el contrario somos
un proceso colectivo que se considera receptivo y promotor de la crítica, por tanto
no vemos al fantasma de Uribe detrás de cualquier persona que esté en
desacuerdo con la imagen del Che. Sin embargo, somos hijos e hijas de nuestro
tiempo, y querámoslo o no, nuestras posiciones frente a cualquier debate no
pueden escapar al peso de la historia; de ahí que creemos que lo que está
presente en la idea de borrar al Che es una expresión de la recomposición
hegemónica que permitió a Uribe construir su liderazgo y desarrollar su
proyecto bélico, llevándose por delante lo que nos quedaba de democracia y
derechos humanos. Durante los últimos 16 años (más que antes), cualquier
persona de izquierda era tildada inmediatamente de guerrillera y muchos fueron
los proyectos que se adelantaron para “sacar a la guerrilla de las
universidades”, lo que sería, siguiendo esta lógica, “sacar a la izquierda de
las universidades”. En efecto, creemos que borrar al Che es continuidad de
estos proyectos, es borrar ya no solo físicamente, con amenazas y asesinatos,
sino incluso simbólicamente todas las huellas que den cuenta de esta opción
ideológica en la universidad. Para no dejar duda creemos que el sentimiento
“anti-mamerto” que ha cundido la UN en los últimos años es hijo del sentimiento
“anti-comunista” que proscribe a la izquierda como opción política.
En
el campo de estudios de la memoria “los límites de lo decible y lo pensable” es
un concepto que se usa comúnmente, sirve para pensar cuan dispuesta puede estar
una sociedad para cuestionar y hacerse cargo de sus propios horrores. Por
ejemplo, en la Argentina de los noventa, los genocidas hoy por hoy presos
justificaban sus atrocidades en el horario estelar de la TV, sin embargo a
partir de la lucha por verdad, justicia y memoria el “limite” se corrió y
difícilmente alguien se puede atrever a tal cosa. En Colombia la izquierda
sufrió un genocidio, cuyo referente principal es el exterminio de 5000
militantes de la Unión Patriótica (aunque sus dimensiones sean mayores y
abarquen a muchas otras organizaciones), y el movimiento estudiantil hace parte
de estas víctimas. “El límite” en nuestro caso es difícil de discutir, cuando a
diario, incluso con proceso de paz en marcha, se siguen asesinando líderes
sociales de izquierda. Por esto creemos que es fácil proponer borrar al Che,
cuando en realidad es tan grave como borrar parte de la memoria de las víctimas
de un genocidio que tuvo como único móvil la opción política. Son las víctimas
del ayer y del ahora de un ciclo de violencia que no termina de cerrarse, en
una universidad que ha puesto muchas víctimas, a la que le siguen amenazando
estudiantes, de la que tienen que salir exiliados algunos de sus miembros y,
como en el caso de Miguel Ángel Beltrán, pueden ir presos por sus
investigaciones. De esto en realidad es de lo que se trata. Fácil es pensar que
defender la imagen del Che tiene una motivación solamente nostálgica, muy por
el contrario para nosotros y nosotras nada tiene de fácil, pues así como de un
día para el otro el Che no está: A LA IZQUIERDA LA SIGUEN EXTERMINANDO.
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