El Consejo de la Sede de Bogotá de la Universidad Nacional de Colombia decidió, en su sesión ordinaria número 11, otorgarme la Medalla al Mérito Universitario
en el área de Ciencias Sociales y Humanas. Así consta en la resolución
266 del 2 de agosto de 2013, proferida por dicho cuerpo colegiado. Les
agradezco a ustedes y a la comunidad académica de la facultad la
postulación para dicha distinción, así como a los miembros del Consejo
de la Sede que con su voto mayoritario me la concedieron. Acepto la
medalla como un honor académico y un reconocimiento a mis actividades
cotidianas en la universidad.
Como ustedes saben por experiencia propia, en el último mes, nuestra
facultad ha vivido bajo los efectos del derrumbe del cielo raso en una
parte del segundo piso del edificio 201, debido a problemas en su
cubierta, cuya gravedad aún no ha sido determinada, que eran plenamente
conocidos por la dirección de la sede y la universidad. Como uno de
ustedes afirmó en el Consejo ampliado de la Facultad, tuvimos la suerte
de que ninguna persona hubiera sufrido daños físicos debido a este
infortunio anunciado y previsible.
Durante estos días he visto el desasosiego, la rabia controlada y la
creatividad de muchos de los estudiantes de derecho y ciencia política
que no entienden cómo en la principal universidad del país puede suceder
un hecho así por la desidia de las directivas de la Sede y la
negligencia del Gobierno Nacional. Asimismo, los esfuerzos de mis
colegas, algunas veces desesperados y autoritarios, para que no se
derrumbe el proceso pedagógico que animan y los intentos de la dirección
de la facultad por guardar un equilibrio imposible entre las
reivindicaciones justas de la comunidad y las instrucciones erráticas de
la Vicerrectoría de la Sede. Todos en la facultad hemos hecho el mayor
esfuerzo para no perder el semestre académico, a pesar del destino
errante que hemos debido afrontar de un edificio a otro, al ritmo de una
inexistente programación unificada de los espacios académicos en la
Sede de Bogotá.
Hasta el momento ni el Rector, ni el Vicerrector, ni la mayoría de
los miembros del Consejo Superior, con la Ministra de Educación como su
presidenta, han asumido frente a nuestra comunidad las responsabilidades
que les corresponden o la han convocado para que colectivamente
encontremos soluciones ante los problemas que impiden el desarrollo
normal de nuestras actividades. Por el contrario, solo hemos recibido
comunicados de la Vicerrectoría de la Sede que intentan maquillar los
problemas de infraestructura de diferentes facultades y la gravedad de
la situación actual, o declaraciones públicas de la Ministra que
pretenden descalificar nuestra protesta con cifras que resultan
ofensivas si se toma en consideración la profunda crisis financiera de
las universidades públicas colombianas.
Conocedora del déficit de funcionamiento de la Universidad Nacional
que supera los cincuenta mil millones de pesos en 2013, la Ministra le
informa al país como un gran logro que ya destinaron seis mil
cuatrocientos millones para infraestructura, desde luego, sin que vayan a
la base presupuestal. Con respecto a los 11,15 billones de pesos
requeridos por el sistema de universidades públicas para seguir
funcionando en las precarias condiciones actuales, que pusieron de
presente ante la opinión pública los vicerrectores del SUE a finales de
2012, la Ministra considera que los recursos de algunas estampillas y
del CREE ($1,5 billones repartidos en todas las instituciones de
educación superior) constituyen un “compromiso superior” y “soluciones
concretas”, orientadas a acallar a quienes supuestamente hacemos
“política”, en sentido peyorativo, por decir la verdad que ella desea
ocultar.
El discurso gerencial manejado desde la cartera de educación, que
supone la ignorancia de los destinatarios, es humillante para un
académico que merezca tal denominación. La mayoría de nuestras
instituciones públicas se han visto obligadas a ofrecer educación a
distancia o descentralizada de mala calidad, a transformar sus
profesores o investigadores en consultores o a funcionar con plantas
docentes precarias por el chantaje financiero de los gobiernos
nacionales que niega de raíz cualquier tipo de autonomía universitaria.
Sin embargo, por tratarse de nuestros colegas, es más indignante aún
que se celebre como un hecho histórico la aprobación de una estampilla
para la Universidad Nacional de Colombia, y para el sistema financiero,
después de un intenso cabildeo propio del clientelismo heredado del
Frente Nacional, que sin duda puede aliviar la crisis de infraestructura
que la dirección de la universidad ha negado sistemáticamente, pero que
es un simple paliativo para la crisis estructural de las finanzas
públicas de nuestras instituciones. Ojalá el aleteo de las aves rapaces y
el ruido de sedas y plumas de los áulicos que tiene toda administración
pública, incluida, desde luego, la universitaria, no impida que se
definan con claridad las prioridades en términos de infraestructura.
Sería inaudito que con los nuevos recursos sigamos invirtiendo
proporcionalmente a la riqueza de las Facultades, a su cercanía con la
dirección universitaria o en virtud de proyectos sin estudios serios de
factibilidad, como ha sucedido con la Clínica Santa Rosa, la cual, luego
de más siete años, no resuelve la inaplazable necesidad de un hospital
para la facultades del área de la salud. Personalmente tengo la
esperanza de que no se continúen relegando las inversiones urgentes,
como las de las Facultades de Artes y Derecho, a los últimos lugares,
detrás de construcciones suntuosas para alimentar el prestigio personal
de sus proponentes, las cuales no resuelven las necesidades más sentidas
de los profesores, estudiantes y trabajadores administrativos.
Por las razones expuestas con anterioridad he tomado la decisión de
no asistir a la ceremonia de entrega de las distinciones académicas y de
donar el dinero, al que tengo derecho por haber recibido la medalla,
para el fondo solidario de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y
Sociales que ustedes tengan a bien indicarme. Constituye este un gesto
simbólico frente a la indolencia que el Ministerio de Educación y la
Dirección de la Universidad Nacional y de la Sede de Bogotá han mostrado
respecto a nuestra facultad. De nosotros depende que el deterioro de la
Universidad Nacional de Colombia y de las instituciones públicas de
educación superior no siga al ritmo del incremento de una retórica
institucional destinada a negar lo evidente.
Atentamente,
Leopoldo Múnera Ruiz
Profesor Asociado
Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales
Universidad Nacional de Colombia.
Profesor Asociado
Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales
Universidad Nacional de Colombia.
CC: Consejo de Sede, Consejo Académico y Consejo Superior.
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