«Pausa» o «ruptura» de la agenda es el dilema que tendrá en unas
semanas, la conversación de La Habana. Episodio tal de disyuntiva, por
efecto de la redefinición y pugna que sacude al mapa político interno
del poder, y que solo hasta marzo y mayo, o junio; podrá variar o
resultar expedito, para uno o ambos de los factores en contradicción:
Santos-Uribe. Con anticipación, "La paz: sometida a una «maniobra» de más tiempo", tituló nuestro editorial de mayo-junio de este año, edición N° 191.
En este avatar, la paz justa que subyace bajo la determinación y
acomodo de las necesidades del poder y la noticia, no es una necesidad
que apremia y motiva con aceleración y entusiasmo al público general. Un
cuello de botella que depende, de la correlación interna –contradicción
"interburguesa"– en desarrollo. Sin una participación social de gran
tamaño, y sin el avance y configuración de un actor legítimo y diverso
de nuevo país –múltiple-social-'neutral'–; en Colombia la paz levanta
fumarolas, pero no descarga todavía su volcán. Sin una movilización, voz
y pies de país nacional, su conveniencia, modalidad y directriz en
manos del poder; sigue determinada por las encuestas metropolitanas y
los márgenes de gobernabilidad.
Como verdad del conflicto armado, trasciende que aún con los ocho
años de Uribe-Santos, presidente uno y ministro de defensa (2006-2009)
el otro); y de los tres largos de Juan Manuel presidente, boyantes en
movilización y decisión de guerra institucional y para-institucional; el
Alto Mando militar asume en público, que todavía hoy: "las farc
disponen, de un área de "acumulación estratégica" en el oriente y sur
del país". Entonces, como perspectiva conveniente de ambos actores de la
Mesa, en el aspecto militar-operacional; el conflicto tendrá otro
coletazo y arreciará en su intensidad.
Aun más. Esta dinámica tendrá alimento al vaivén, contexto e influjo
de la reciente parálisis de la nación rural que demostró una latencia
del problema agrario y, un renacer del movimiento campesino, de la
solidaridad social, que incluso, tiene nuevas y recientes expresiones:
de exigencias de cumplimiento a las promesas del Presidente. Alimento de
conflicto más intenso, vista esta reivindicación campesina estructural y
latente, en un territorio amplio del país, con innegables
ramificaciones y "cruces", por supuesto no vigorosos, a lo largo de la
geografía del país llanero, de la cordillera central y del sur aledaño a
la frontera con Ecuador, como un aspecto geopolítico más.
En este marco, el pasado jueves 10 de octubre, en predios de la base
militar de Larandia, Caquetá, el presidente Santos anunció otro gesto
duro, como ficha, peón y desafío sobre la Mesa de la Habana: El comienzo
del Plan Espada de honor en su segunda etapa, que ni sorprendió ni
conmovió al país. Tendrá incremento de tropa y concentración de 50.000
soldados, 15 mil policías, un componente de alta técnica y tecnología
militar –aunque no es contra un ejército regular, aplicación de
instrumentos de guerra de cuarta generación– con drones, puesta en
terreno profundo de "comandos especiales" compuestos de oficiales, uso
de cartografía y su análisis de senderos y ubicación y movimientos
constantes de guerrilla, armamento aire-tierra y renovación de la
infantería; manejo de la "información de combate" que por una década de
infiltración planificada sobre las filas guerrilleras, puede ya tener
próximos al cerco, a las cabezas de los bloques sur y oriental, todo con
soporte en la creación de la Fuerza de Tarea del Sur Oriente.
Un ajuste tal de ofensiva próxima, con justificación oficial en una
probable avanzada de las farc sobre instalaciones de la defensa, la
Policía, y puntos estratégicos de la comunicación y la economía. Un
argumento que demuestra cómo en su condición periférica y de disminución
de efectivos y áreas de influencia, la subversión conserva un pie de
guerrilla en condición latente de aseguramiento y de cualificación del
aprovisionamiento, de hostigamiento, emboscada y ataque en rincones y
puntos limítrofes al oriente y sur de Cundinamarca, Meta, y en Guaviare,
Vaupés, Amazonas, Putumayo, Caquetá y Cauca.
A su vez, en un ángulo de coincidencia, el Espada II tiende un manto
de intimidación sobre la novedad de movilización popular, en tanto
militariza la región bajo su jurisdicción, dificultando así al borde de
la fractura, el crecer del grito y marchas de campesinos, colonos e
indígenas. Con el control de toda la Orinoquia territorio de la nueva
agroindustria.
De fondo, los objetivos de Espada II no dejan duda: Caer cuanto antes
sobre los jefes de los bloques sur –ocupa en la actualidad un relevo de
relevancia estratégica y económica de las farc–, y oriental. En este
último, tras diez años de constituir el área de blanco prioritario del
"plan Colombia", deciden mantener a raya sus escalones –ahora más
distantes– de acercamiento al centro del país y la capital. Asimismo,
Espada de honor II busca impedir la recuperación y reclutamiento hacia
veredas y periferias municipales de influencia anterior y, menguar la
línea discontinua de retaguardia que las farc conserva.
Tal y como afirma el artículo "Nueva cúpula militar: contra
Timochenko y el Bloque sur", edición 194, portada y páginas 11 y primera
columna de 12, de agosto septiembre pasados, el objetivo militar es
desarticular la estructura organizativa y militar con periferia política
de las farc en el sur y oriente de la nación. Aunque el "plan Colombia"
extendió en tarea de contención sobre el territorio las fuerzas
militares, y en aproximación el Espada de honor en su primera fase,
asestó golpes contra altos jefes guerrilleros, con resultados en
neutralizar el acumulado para una ofensiva, sin embargo, no desapareció
como si sucedió en algunos sitios, la columna vertebral de frentes sobre
el sur oriente del país.
Ahora, el Espada de honor II necesita tener en la mira a Joaquín
Gómez, Fabián Ramírez, Romaña, Carlos Antonio Lozada, y el Paisa;
conjunto de jefes guerrilleros que Uribe no pudo dar de baja durante 8
años de persecución, en la misión de neutralizar cualquier "maniobra" de
fuego y acercamiento de frentes, sobre objetivos mayores de propaganda
armada –diferente, sin concentración de "posiciones" fijas– que puedan
dar sorpresa y tener repercusión sobre Florencia (Caquetá), sur del
Huila-Neiva, suroccidente de Villavicencio, Armenia, y las vías
Panamericana, y a Buenaventura.
El aviso presidencial de una confrontación más profunda, agranda el
territorio o "teatro de operaciones" a partir del centro que significa
Caquetá y Huila, en la dirección principal de la operación
contrainsurgente "definitiva", y golpea como martillo la Mesa de la
capital cubana. De este modo, más que Presidente, el ejecutivo en
coyuntura de elecciones, juega como político "jefe de debate" urgido de
popularidad, y con cierta habilidad, busca ampliar la correlación de
fuerzas en favor del Estado y de su "fracción" 'no latifundista' que
está en la iniciativa y ocupa el Palacio de Nariño. Para este efecto,
reitera proseguir un debilitamiento que ponga parapléjica a la
insurgencia, y desgaste su escenario político para obligar su rendición,
e impedir su margen como actor que delibera y rechaza el actual modelo
económico y político.
«Pausa» o «ruptura» de las conversaciones bajo el corte del tiempo
electoral, acompasan con el acento de la amenaza militar. La Paz está
enjaulada como juego de guerra, sin la fertilidad de un diálogo nacional
y social del país sobre el país mismo.
Tomado de: Periódico Desde Abajo (Editorial de la Edición 196)
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