“Nosotros no sabemos, somos. Los antiguos guerreros eran capaces de ser tigres o cóndores. Todo está vivo, todas las cosas tienen corazón, hay que ser el otro. La gente solo es capaz de ser superior porque es capaz de vivir otras vidas, todas las vidas. Nosotros no sabemos, somos”.
En El Devastado Jardín del Paraíso
Hasta risa produce la reacción de la colombianidad urbana y mestiza, ante la medida justa, oportuna y legítima de los pueblos indígenas del norte del Cauca, consistente en desalojar de sus territorios a todos los actores de la guerra que allí se han enraizado, queriendo arrancar y desplazar la raíz originaria de los pueblos ancestrales, que allí habitan desde tiempos inmemorables.
Desde la creación de una imaginaria “Alianza con la guerrilla” hasta el calificativo de “extraña medida”, ha merecido la decisión irrestricta de los hermanos mayores del Cauca, en erradicar la guerra, al menos, de sus territorios; visiones y lecturas algunas acomodadas a intereses políticos de acumulación banal de poder, otras bien intencionadas pero cortas en sus elementos de apreciación.
El indígena y caucano es un pueblo que nos ha enseñado al resto de colombianos y colombianas, y reitera su lección, en que se hace necesario que hagamos MINGA, para abrir la brecha que nos permite llegar más lejos, para reconstruir la casa derribada por la furia de la madre naturaleza y hasta para buscar, de facto, la paz.
Nuestra reivindicación no pretende beber de los ya muchos tratados y explicaciones periodísticas o políticas, que apuntan al ataque, la comprensión o la reivindicación de lo que sucede en el Cauca; nuestra reivindicación pretende que simplemente veamos el entorno, inmediato, regional y nacional.
Basta con mirar hacia las laderas de Medellín, para darnos cuenta de que la guerra también toca a la puerta de nuestras casas, la violencia, como expresión desmadrada de las exclusiones políticas y sociales que a través de la historia nos han sometido como colombianos y colombianas, pero además, como mecanismo vil de quienes pretenden seguir gozando de la riqueza sin pudor que producen esas exclusiones y la guerra misma, desde sus cómodos tronos.
Esa violencia, que también se encarama en la vida de campesinos y campesinas, paisanos y paisanas de los lugares más recónditos de Antioquia, que sufren la amenaza de las armas, el encierro en una cárcel o en su propia casa, por simplemente querer salir a trabajar o por decir no más a la guerra.
Esa guerra, que hoy los indios del Cauca nos hacen preguntar sobre su raíz, sus efectos y sus posibles salidas ¿Acaso el señalamiento contra Feliciano Valencia como integrante de las FARC EP y la amenaza de la prisión violenta, es una forma de solucionar la guerra? ¿Lo es enarbolar como un gesto de patria el sollozar de un soldado del ejército estatal, acallando el lamento milenario de los pueblos? ¿Acaso lo es juzgar el grito de lucha contra la guerra que produce dicho lamento? ¿O lo es reforzar el pié de fuerza militar con 12000 soldados?
Es ahí a donde pretendemos llegar, a que tenemos que observar nuestra propia realidad, sintiendo y encontrando los puntos comunes con la que de manera similar padecen otros y otras, notar que así como en zonas recónditas la realidad social y la lucha política de la insurgencia recluta niños para el conflicto, en nuestras barriadas el deseo de consumo y el escalamiento económico, recluta niños y niñas para el paramilitarismo; es notar que el silbido de las balas en el Cauca, es el mismo que aterroriza nuestros techos de cartón en las ciudades.
Pero no basta con darse cuenta, es necesario que seamos eficaces en el amor por los otros, por las otras, y por nosotras y nosotros mismos, que enarbolemos banderas que, ante la imposibilidad de desalojar las, cada vez más, bases militares, agrieten las razones de esta guerra, al punto de hacer que las armas, las trincheras, las bases, sean un amargo recuerdo, de un pasado que, por ser terrible, nos llevó a la construcción de una mejor sociedad, en PAZ, la que hoy debe ser nuestra causa, propia, con nosotros y nosotras sentadas en la mesa, desde nuestra vivencias, dolores, sueños alegres y saberes.
Es decir, como bien han dicho os indios caucanos “NI UN TIRO MÁS”, como consecuencia de la concertación de todos los pueblos que habitamos el país, mediante la negociación política y la resolución del conflicto político y social armado, pero además, sentando las bases para la construcción de una verdadera PAZ nacional, en que la pobreza, el acallamiento y la exclusión de la inconformidad política, dejen de ser la angustiosa realidad que vivimos.
CONGRESO DE LOS PUEBLOS
ANTIOQUIA
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