LA "MARCHA NEGRA" TOMA MADRID
El 4 de octubre de 1934 los mineros de Asturias tomaron el control de las minas, instauraron en Oviedo una república socialista y asediaron el cuartel Pelayo, donde se acantonaban las tropas nacionales.
La revuelta se extendió a Mieres y Langreo y en diez días los revolucionarios alcanzaron la nada despreciable cifra de 30.000 efectivos. La república popular se planteaba enviar una marcha de mineros a Madrid pero el ejército hizo acto de presencia con barcos de guerra y tropas regulares del norte de África. El resultado final fue de unos dos mil muertos, trescientos de ellos soldados y más de mil quinientos mineros.
El diario ABC calificó a los insurrectos como “escoria, podredumbre y basura” y la prensa en general se alineó contra la revolución temiendo una nueva comuna a la francesa. Todo comenzó con la entrada de tres ministros de la derechista CEDA en el gobierno, un partido antirepublicano en una república, la segunda de España, que comenzó su particular descenso a los infiernos. La izquierda lo vio un paso definitivo al fascismo. La derecha lo consideró un paso definitivo al comunismo. Y la cuenca minera ardió.
Y con ella arde ahora Madrid. Tras recorrer cientos de kilómetros, varias columnas de mineros procedentes de todo el país se unieron en la capital de España para denunciar un incumplimiento del plan de cierre de las minas del carbón. Debían cerrar, según la Unión Europea, en 2018 pero el gobierno, acuciado por una monumental crisis económica, ha decidido acelerar el deceso y les recorta el 63% de las ayudas.
Es el fin del sector y el fin también de las comarcas mineras, pueblos enteros que tradicionalmente han vivido, y viven, de los beneficios del carbón. Los mineros llegaron a Madrid sin apenas ruido, con los medios de comunicación nacionales sumidos en un extraño sopor, tan sólo apoyados por periódicos locales y el que se ha revelado como su inmenso altavoz: Internet y las redes sociales. A pesar de este silencio mediático, los madrileños se echaron a la calle para recibirlos en una emotiva bienvenida que colapsó las arterias principales de la ciudad, abarrotó la Puerta del Sol, emblemático enclave al que llegaron a través de un enorme pasillo humano formado por decenas de miles de personas que los vitoreaban.
“Esta sí que es nuestra selección”, les gritaban los madrileños (en alusión a la otra, la Roja, la del fútbol, para la que el delegado del gobierno sí prestó apoyo policial), “estos son nuestros héroes” y demás frases que hicieron llorar a más de uno de esos rudos mineros.
Al día siguiente, ya de mañana, el apoyo masivo no sólo no mermó sino que se incrementó y acompañó a los mineros hasta las puertas del ministerio de industria, donde pretendían que el ministro del ramo, Juan Manuel Soria, los recibiese. En lugar de eso se desencadenó una gran batalla campal entre manifestantes y fuerzas policiales que ha dejado decenas de heridos y varios detenidos. Las cargas policiales duraron todo el día y recuerdan las imágenes que los políticos temían en los inicios de la gran protesta minera: las del treinta y cuatro, escenas de violencia y trabajadores ajenos a la minería sumándose a las revueltas.
Casi ochenta años después, mineros y guardias civiles siguen enfrentándose, la prensa dice cosas similares, los mineros siguen marchando a Madrid, y la censura cae sobre el tema como si los antiguos miedos a que la protesta se extienda sigan siendo los mismos.
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