No es de saberse que los centros
penitenciarios están en el olvido, ni tampoco que poseen el pésimo manejo en aspectos como la salubridad, derechos humanos, financiamiento, entre otros.
A finales de julio y
principios de agosto, las diversas cárceles del país como La Modelo, La Picota,
Combita y La Buen Pastor, para nombrar a algunas; entraron en huelga de hambre
por la reivindicación de unas mejores condiciones de vida. Todas las
problemáticas de los entes penitenciarios salieron a la luz este mes,
reflejando los injustos y deplorables tratos que se les dan a todas las
personas que habitan y viven allí. En todo caso se les aplica una jornada
institucional y sistemática de control y disciplinamiento social junto a un
proceso de deshumanización terrible, pero que para los penitenciarios y para el
sistema es eficaz.
Entonces, ante estas falencias ¿cuál
es la verdadera función de estas instituciones? ¿Será infringir los derechos
humanos de los presos y presas, que aunque hayan cometido actos delictivos, no
están excluidos de estos? O ¿Será la responsabilidad de darles una oportunidad
de cambio? ¿Por qué no están ahí los violadores, los burgueses ladrones, los
paramilitares, los soldados violadores de derechos humanos, los presidentes ponzoñosos,
los banqueros sinvergüenzas? Son estas y más preguntas que surgen del concepto
que poseemos de esta institución, asimismo algunas conllevan a respuestas, que
demuestran la realidad de violación hacia la dignidad de los presos y presas. Y
por si fuera poco, mantiene en condiciones aún peores a aquellos que
políticamente se consideran peligrosos, los que han pensado subversivamente,
los que han querido trastocar las relaciones sociales imperantes y construir
unas nuevas… ellos y ellas, están en condiciones pírricas, son torturados,
siguen siendo perseguidos dentro del mismo plantel, sus voces de protestas (que
fue ya callada para el exterior) en el interior es silenciada, ignorada,
pisoteada. A estos compañeros y compañeras, no es raro verlos entre el vómito y
la sangre, igual o más que a todos los demás.
Por eso, hoy en día se muestra
que las únicas insolvencias de estos sitios no son el hacinamiento, la falta de
atención médica, la pésima alimentación, sino que en pocas palabras se
visibiliza los distintos tratos que se le dan a las personas residentes ahí,
tratos en condiciones infrahumanas que degradan tanto a los que los ejecutan y
más a los que los reciben. Pero esto no solo radica en estos lugares, sino en
la sociedad en general, puesto que esta conserva una mentalidad de que todos
aquellos que cometan crímenes, deben ser llevados a un lugar encerrado, de
privarles de su libertad y permanecer allí por siempre, para que así no
“atente” más con la población; que deben de ser deshumanizados los que piensan distinto,
los que se animan a luchar.
Y la verdad tiene que empezar a
tomar cuerpo propio, por eso hay que decir que en un país en donde ni siquiera
su Estado burgués garantiza la vivienda, la alimentación, la educación, el
agua, la luz, la libertad de movimiento, de cantar, de trabajar, de reír… es
decir, el buen vivir de la población que se encuentra en su territorio y a la
cual explota de la manera más descarada ¿cómo es que se va a preocupar por
aquellos y aquellas que socialmente están totalmente deslegitimados como
humanos, los que culturalmente son rechazados y excluidos en un receptáculo de
lo malo?
Viéndolo de esta perspectiva, la
única solución que se puede brindar a que mejoren las condiciones de estas
personas, es volver a replantear la función de estos centros, por una que
proyecte que estos organismos deben cumplir con una posición de educación y
oportunidad para la transformación de sí mismos.
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