28 de junio de 2013

Libertad de Expresión y Espacio Público en la Universidad Nacional de Colombia




Juan Gabriel Gómez Albarello*

Con este acto desafiante e irrespetuoso de fumar un cigarrillo quiero llamar la atención de ustedes acerca de un conjunto de hechos que es fundamental en lo que concierne a nuestra presencia aquí, en este espacio público que es el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional:

primero, los espacios públicos son espacios reglados, son espacios con reglas;

segundo, las reglas de los espacios públicos no han existido siempre – tienen una historia;

tercero, las reglas del espacio público responden a un interés público, a un interés común.

Hubo una época en la cual era permitido fumar en auditorios como éste. Pero eso cambió. El acuerdo acerca de lo que era permitido en esos espacios públicos fue modificado. ¿Por qué? Por el surgimiento de una nueva conciencia acerca de las consecuencias negativas para la salud de todos los individuos de permanecer en espacios contaminados con el humo de cigarrillo. Lo chévere, lo legal, lo chic era fumar. Ya no lo es.

Nadie en su sano juicio va a proponer que se permita fumar en el León de Greiff. No fumamos en el León de Greiff porque así nos lo dice nuestro sentido de lo público, el sentido que nos indica qué hacer cuando compartimos con otros un espacio público, un compartir que realizamos sobre la base del mutuo respeto y el mutuo reconocimiento.

Sin embargo, tengo que decir que cuando entro al campus de la Universidad Nacional siento que entro a un espacio cargado de humo o, para ponerlo en términos de una metáfora auditiva, a un espacio donde muchos vecinos ponen su música a todo volumen simplemente porque se les da la gana. Que algunos lo hagan motivados por sus convicciones políticas y otros por su necesidad expresiva poco importa. Al final, el resultado es el mismo. El espacio público en el campus de la Universidad Nacional es un espacio con grandes volúmenes de contaminación visual, un espacio con una sobrecarga continua de mensajes, resultado de un proceso selectivo de apropiación particular, por lo tanto de expropiación, del espacio público.

La apropiación individualista o clánica, grupalista, según el caso, es a mi juicio el resultado de una concepción abstracta y por lo tanto falsa del concepto de libertad de expresión. Digo abstracta y falsa porque se niega lo público del espacio en el cual esa libertad de expresión se ejerce. Esta apropiación particularista es también el resultado de una construcción social de reglas del espacio público que niegan el sentido mismo de lo público. Me explico.

Hay reglas y principios que niegan la libertad, por ejemplo, el principio totalitarista que afirma, "todo lo que no está prohibido es obligatorio." Pero en otro extremo muy distinto del anterior encontramos un principio no menos totalitario, uno que además se contradice a sí mismo, "prohibido prohibir." Quienes abrazan este principio suponen ingenuamente que toda regla con excepción de la anterior, niega la libertad. Pero, ¿es esto verdad? ¿Puede haber libertad de expresión sin reglas de ninguna clase?

Los invito a realizar el siguiente ejercicio. Traten de expresar su pensamiento haciendo caso omiso de la sintaxis de nuestra lengua. Olvídense por un momento de las reglas gramáticales e intenten comunicarse con otros violando sistemáticamente esas reglas. Y ¿qué consigue uno de estos desesperados intentos de una libertad de expresión que no conoce ni respeta regla ninguna? Nada o casi nada, excepto un balbuceo ininteligible que tiene la forma de una colección de ruidos.

Quisiera presentarles aquí el resultado de uno de estos ejercicios:

traten pensamiento de nuestra comunicarse sistemáticamente qué estos una que respeta o un tiene una de haciendo la lengua momento gramáticales con esas consigue desesperados libertad no regla casi balbuceo la colección expresar caso sintaxis olvídense de e otros reglas uno intentos de conoce ninguna nada ininteligible forma de su omiso de por las intenten violando y de de expresión ni nada excepto que de ruidos

Como pueden ver, como lo han podido oír, la idea de que toda regla es una restricción de la libertad es una idea falsa. La libertad también necesita de reglas. En el espacio público de nuestra lengua común nos comunicamos gracias a esas reglas. En ejercicios lúdicos y poéticos podemos darnos el lujo de poner esas reglas en cuestión con el objeto de explorar los confines de nuestra percepción y nuestro pensamiento. Pero en el espacio común del habla cotidiana, es imposible hacer caso omiso de ellas.

Análogamente, en el espacio público de libre pensamiento como el de la Universidad Nacional es preciso que haya lugares en los cuales se manifieste públicamente el pensamiento crítico y donde se exprese la lúdica y la poesía, pero que se haga en el marco de reglas comúnmente aceptadas. A falta de ese acuerdo al que podemos llegar y al que todavía no hemos llegado, ¿qué es lo que encuentro en el campus? Un amplio conjunto de expresiones gráficas en el campus carece de lúdica y de poética. Diría que son la manifestación solipsista, egoísta de una expresión individual que tiene la forma de "yo estuve aquí y aquí grafitié"; "yo estuve aquí y aquí putié"; "yo estuve aquí y aquí ¿qué? ¿eyaculé?"

El artista dadaísta Marcel Duchamp envió una vez un orinal a una exposición de arte para épater le burgeois, para escandalizar a la burguesía. Aquí, sin embargo, el escándalo se hace con cien años de retraso y en un contexto enteramente distinto. Aquí lo que se logra es sobrecargar el espacio público con una afirmación que se ha convertido en regla: "el espacio público no es de nadie y, como no es de nadie, en él hago lo que se me da la gana."

Esta sería, sin embargo, una descripción incompleta de la realidad del espacio público de la Universidad Nacional. Aquí también parece haber otras dos reglas un poco más políticas que la primera. Una de esas reglas dice, "el espacio ocupado por una organización es de esa organización y de nadie más." En otras palabras, ese espacio público era público hasta que se lo tomen porque, después de tomado, nadie más puede hacer nada en él. 

Parece que hay otra regla que dice, "los íconos y mensajes que legitiman la lucha armada son sagrados." Por lo tanto, cualquier intervención en esos íconos o mensajes sería un acto de profanación. Así las cosas, la Universidad Nacional, el hogar de un pensamiento crítico e iconoclasta, se ha convertido también el hogar de un nuevo santoral: el de San Camilo, San Manuel, San Alfonso, etcétera, etcétera.

Si de verdad existiera una regla semejante, propondría que le cambiáramos de nombre a la Universidad y que la llamaramos la Universidad Talibán de Colombia. Pero no creo que sea ése el caso. No creo que entre nosotros haya talibanes. Talibanes y fundamentalistas son los que mandan a matar a quienes hacen caricaturas del profeta Mahoma. Asumo que las organizaciones clandestinas que hay en la Universidad no son de ese tipo. Si estuviera equivocado, entonces apaguemos la luz y vámonos.

Estamos aquí en una Universidad que es hogar, lo repito, de un pensamiento crítico e iconoclasta, donde personas como yo asumimos el papel de contradictores de las organizaciones clandestinas que ocupan el espacio público con íconos y mensajes que legitiman la lucha armada. Quienes forman parte de esas organizaciones son miembros de la comunidad universitaria y es en tal carácter que yo los interpelo. Yo soy su contradictor, no su enemigo.

Yo no vengo a este espacio a pedir que los espíritus se apacigüen. Yo, como muchos de ustedes, lucho contra un sistema. Yo también lucho por una forma de vida alternativa, distinta de la que ustedes proponen. Y yo, como muchos en este campus, pongo en cuestión una forma de lucha, la lucha armada, cuyo legado de destrucción y estigmatización es patente en la Universidad Nacional.

Sobre este punto, quisiera decir que en el discurso de las organizaciones clandestinas encontré un registro de las causas de la actividad rebelde, pero no he visto nunca una reflexión igual acerca de las consecuencias de esa actividad. Por eso creo que, con mucha ligereza, esas organizaciones nos imponen en el espacio público sus símbolos y sus consignas. Yo rechazo unos y otros. Lo hago no a nombre de una paz tibia e insípida sino de una lucha más unificada y vigorosa, sin violencia. Lo hago, también, a nombre de un espacio público libre de tiranías comunicativas.

Muchas veces que he hecho estos planteamientos me he encontrado con la respuesta, "Así es la Universidad Nacional." Así es, digo yo también, pero también digo que es así como la hemos construido y que la podemos continuar construyendo de manera diferente: sin tener que cerrar la Biblioteca Central los viernes porque hay gente que entra a orinarse en los ascensores, sin baños con llave porque hay gente que se roba el papel higiénico, sin estigma, sin estereotipo, con la fuerza de un pensamiento crítico y de una actividad crítica, de una lucha crítica.

El gran mérito que encuentro en el Proyecto del Señor Rayón es la puesta en cuestión de las reglas que rigen hoy un espacio público desportillado, urgido de espacios como éste de deliberación y de debate. Encuentro también un gran mérito en los planteamientos de varias de las organizaciones aquí presentes que ponen en cuestión unos medios universitarios oficiales impermeables a lo que sucede en el campus, reacios a dar cuenta de un amplio descontento, un tema respecto del cual también puedo dar el testimonio de mi propia experiencia.





*          Profesor Asistente, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia

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