En primer lugar, me
referiré a algunas consideraciones sobre la libertad de expresión. Posteriormente
me centraré sobre lo público y el actuar o las formas de algunos dentro del
campus, para luego tocar brevemente el porqué de nuestro proyecto y finalizar
con algunas propuestas.
Libertad
de expresión
Algunas personas han
relacionado el acto particular de expresarse en una pared con la libertad de
expresión en general, con lo que si se cuestiona o interviene un rayón se
asocia eso a la censura y a coartar la “libertad de expresión”.
Respecto a lo primero
habría que decir que acusar de censura la intervención de rayones, desconoce
que para censurar se requiere poder autorizar o prohibir la divulgación de
cierta información. Nuestro proyecto es incapaz de censurar, no somos quién
para autorizar o prohibir nada, esa no es una facultad que ostentemos; nos
acogemos a las mismas reglas de libertad y tocamos los letreros invocando el
mismo “derecho” que invocaron quienes lo escribieron primero.
Respecto a lo
segundo, resulta curiosa la férrea defensa de esta libertad en abstracto.
Asumen algunos entonces una noción de libertad absoluta que debe ser respetada
en todo momento, así, los muros del campus reflejan la ausencia de reglas mínimas
y configuran un “libre mercado de ideas”, usando el término del juez
estadounidense Oliver Holmes, libre pero no equitativo, con lo que se deja en
evidencia el individualismo de algunos grupos autores de los mismos. El campus podría
ser considerado como territorio en disputa por unos grupos que defienden
celosamente sus obras en la pared acusando a quien se atreva a tocarla de
“coartar” su libertad de expresión. ¿Acaso se preguntarán los autores de los
mismos sobre la posibilidad de limitar dicha libertad? ¿Acaso estarían ellos
dispuestos a aceptar, como el filósofo Ronald Dworkin, que es válido defender
el genocidio, emitir un discurso de odio, aludir a símbolos violentos como unas
esvásticas y un mural de Carlos Castaño, todo cubierto por la “libertad de
expresión”? O por el contrario, aceptarían límites y reglas básicas. Ante estos
actos llamarían al respeto, pero ¿no ha irrespetado el rayón en un primer
momento la noción o el deseo de algunos de querer la pared sin rayones? ¿Cómo
respetar lo que irrespeta y a veces daña el patrimonio público?
Algunos parecen
defender la idea que la pared es el único y más adecuado medio para comunicar,
desconociendo la existencia de otros medios de comunicación más eficaces, como
el internet, donde hay incluso portales populares y alternativos. ¿Es la pared
el único medio? ¿Si se quiere decir algo no se pueden utilizar carteleras,
panfletos, debates, etc.? Muchas veces, el rayón un poco exitoso intento de
comunicar resentimiento e insatisfacción y en vez de ser vehículo de cambio se
constituye en una herramienta de privatización y territorialización del espacio
en el que todos vivimos, en una suerte de fósil que, agrupado alarmantemente en
ciertos lugares, contribuye a un ambiente general de contaminación visual y a
la generación de una imagen de abandono que agrava la ya difícil situación
estructural de muchos edificios del campus. Siguiendo al semiólogo Armando
Silva, los excesivos textos verbales con una gastada capacidad semántica y la
misma focalización enunciativa no representan, ni mucho menos, un verdadero
graffiti con altura poética, política o comunicacional.
Finalmente, el ejercicio de la
libertad de expresión conlleva deberes y responsabilidades para quien se expresa. Es del todo
irrazonable expresar cualquier cosa en cualquier lugar, esa imposición egoísta
que en ocasiones llega a ventanas, espejos, salones de clase, cortinas, techos
y estatuas satisface el interés del autor en detrimento de los intereses de
otros que también son usuarios de estos bienes, es el reino de la desproporción
y del abandono. El derecho al disfrute del ambiente no es privilegio de unas
minorías. Tenemos derecho a disfrutar del campus, el que se raye
indiscriminadamente es una pista del gran desconocimiento que impera respecto a
estos edificios que recorremos a diario, uno no valora lo que no conoce, y en
todo caso no hay que ser arquitecto para tener cierta sensibilidad respecto al
espacio compartido. Detrás de las restauraciones de algunos edificios que ahora
se realizan hay un trabajo no sólo físico sino académico involucrado,
desconocer ese hecho a la ligera niega otras posturas que no tienen más fuerza
que las palabras para oponerse al hecho del rayón. Hacer un garabato con
nuestra firma o la de un grupo es algo que no haríamos normalmente en nuestra
casa ¿por qué aquí sí? ¿Acaso no consideramos este lugar nuestra segunda casa?
“¡Ah pero como esto no es mío!” diría Garzón. Como humanos buscamos habitar
espacios agradables, esto no tiene bandera política, muestra de ello es la
ausencia de rayones en Universidades Públicas en todo el mundo: Melbourne, la
Staatliche Bauhaus, Oxford, la UNAM, la Universidad de La Habana, incluso la
Universidad Nacional Sede Manizales, a esta sede en la época en la que con
cariño se le decía “ciudad blanca”. Por lo anterior, acordar límites básicos en
pro de la convivencia es imperativo.
Territorio
público.
Respecto de lo público, que es de todos, vale
la pena recordar cómo en los 60s el Rector Patiño, frente a la situación
espantosa de la universidad resolvió arreglarla en compañía de Camilo Torres,
quien se desesperaba porque aparecía mucha basura al frente de la capilla. Él ayudó
a sembrar árboles, pintar de blanco de nuevo los letreros en algunos edificios,
entre otras cosas. “El día que un estudiante sienta que dañar una pared o
romper un aparato de la Universidad es dañar algo propio, habremos cambiado de
actitud” decía. ¡Nos sumamos a su crítica, esta Universidad es patrimonio de
todos, no de nadie ni sólo de los sectores populares, de todos y todas!
Continuaba Garzón
afirmando: “la Universidad Nacional tiene además la fama de que es cuna de
movimientos políticos, creo que eso se acabó hace mucho tiempo (…) la
Universidad, que es un espacio neutro, un espacio científico, un espacio
dedicado ¡única y exclusivamente! al conocimiento, eso se ha perdido mucho, han
vuelto con los violentólogos y los profesores poseedores de la verdad” palabras
que no han perdido vigencia, y que aplican al resto de Universidades Públicas
del país.
Con lo que nos
acercamos a una reflexión subsiguiente relacionada con el actuar violento o
irrespetuoso de lo público de unas minorías dentro del campus, y es la que
tiene que ver con la manera en la que concebimos esta segunda casa. Pero
primero digamos cómo se explican estas minorías. Detentadoras de un control
importante del territorio y de los bienes que en él están, replican con sus
contradictores en el campus las mismas estrategias que cuestionan de los
detentadores del poder a nivel nacional. Siguiendo a William Beltrán, pareciera
que fuera la sociología de la religión la llamada a explicar cómo algunos
actúan como sectas cerradas y totalitarias, herederos del dogmatismo y la
intolerancia de cierto catolicismo ultramontano, han excluido cualquier
oposición de facto. Algunos erigen rígidas barreras simbólicas entre sus miembros (los depositarios
de la verdad) y las multitudes, que carecen de las virtudes especiales que los
sectarios se atribuyen a sí mismos”. Según Fernando Zalamea: “en la Universidad, además de la
administración académica y una mayoría “silenciosa” de profesores y estudiantes
hay unos “guardianes de la revolución”: minorías de estudiantes y profesores,
aparentemente iluminados, detentores de una suerte de “verdad” social y
política, quienes, gracias a acciones de “justificada” violencia folklórica:
bloqueos, agresiones verbales, destrucción física de las instalaciones,
pedreas, papas bomba. Y la administración responde de la peor forma posible al
desalojar el campus, alejándose del exitoso paradigma consensual de la Reforma
Patiño.”
Frente a ello hay que
decir que nos consideramos “cuerpos sentipensantes” –utilizando el término recogido
por Fals Borda de un humilde pescador- que actuamos con el corazón pero también
empleamos la cabeza, tejemos comunidad día a día sabiéndonos libres de dogmas e
ideologías ogligatorias, somos estudiantes de Universidad, no borregos de
propósitos ajenos, ni “mamertos” o “fachos”, somos, eso sí, diversos. Estamos
dotados de idénticas capacidades para temblar por las injusticias y hervir por
la maldad, somos capaces de percibir el mundo y de compartir luchas o causas.
En segundo lugar,
compartimos la visión de Garzón de la Universidad, y nos sumamos también a la
de Luis Eduardo Hoyos según la cual ésta “no es una institución eminentemente
política -como tampoco lo es religiosa- sino comprometida con el conocimiento y
el desarrollo cultural y científico /lo cual no riñe con que ese conocimiento
incluya a lo político y que los miembros asuman posiciones políticas–como ahora
nosotros-/”. Por ello estamos aquí reunidos, para dar a conocer nuestros puntos de
vista como disidentes, de manera racional, y no yéndonos a las patadas. Vale la pena complementar
lo dicho con las consideraciones del profesor de la UniValle Julio Cesar
Vargas, en el sentido que: “Si bien es cierto que la universidad tiene espacios exclusivamente
académicos, los cuales no persiguen fines políticos, un "miembro
académico", sin embargo, puede participar de la actividad política (…)
cuyo sentido no es la lucha por el poder o la política partidista, sino que
reside en ofrecer luces teóricas y críticas que contribuyan a la construcción
del mundo”.
En esta ocasión,
nosotros nos oponemos al statu quo
imperante en el campus, que lo ve como una mera hoja en blanco para rayar, un
bastión de resistencia al poder estatal y un barrio al que la policía no entra
(idea peligrosamente sugestiva hasta para jíbaros). Como una universidad
únicamente popular, excluyendo de plano a estudiantes provenientes de otras
clases sociales. Valga la pena recordar
cómo Camilo Torres respondió cuando fue requerido por unos estudiantes en el 59
para que diera su opinión sobre la quema de automóviles como protesta contra
las alzas de los precios del transporte: “Me parece a mí que lo que ustedes
están haciendo lo podría hacer igualmente gente menos preparada. Uno no
necesita segundo o tercer año de carrera universitaria para volcar un bus o
incendiar un automóvil. Yo sé que ustedes han hecho estas manifestaciones como
señal de solidaridad con la clase obrera. Pero los estudiantes deben tener
métodos más eficaces para ayudar a los obreros y a la gente menos privilegiada”
así, tirar piedras y dañar el patrimonio público no se compadece como medio
para alcanzar tales fines, es claro que, como Camilo ejemplificó, hay
mecanismos más eficaces, recordemos su grupo de trabajo con la gente en
Tunjuelito o en Yopal. Mientras se pierde el tiempo en estos rituales inútiles
dañando la imagen de la Universidad, se espanta a potenciales aliados, afectando
especialmente a quien poco tiene que ver con el conflicto y se termina
traicionando el fin del cambio social.
El poner al servicio de los menos favorecidos nuestro conocimiento riñe
tangencialmente con estas muestras tradicionales y conservadoras de desfogue.
Sr.
Rayón
Respecto al proyecto,
hay que decir que de la experiencia, poco eficaz, conocida en su momento como
“pintemos la nacho de blanco”, la cual se manifestó en contra ciertas dinámicas
que subyacen a los rayones, surgió una propuesta alternativa, más dinámica y
jocosa: el Sr. Rayón. Quien desde el arte señala y cuestiona al rayón
ironizándolo. El humor surge así como herramienta útil para promover el debate,
es una suerte de bufón llamado a cuestionar la dinámica de poder e imposición. Es
claro que no busca imponer ninguna visión del campus, como el de uno totalmente
blanco, sino facilitar un debate en torno a ello para abonar el terreno y
facilitar acuerdos básicos en torno al uso del espacio. Tampoco es un personaje
del que puedan esperarse explicaciones como si fuese un legítimo contradictor
en un debate formal, por el contrario es un sujeto que respeta su propia
narrativa de parodia de superhéroe para señalar y producir más preguntas que
respuestas. Sabe que el arte es una herramienta de
reflexión, crítica y provocación, protesta valiéndose de formas llamativas que
lo han llevado a poner en riesgo su integridad. Dicho sea de paso: este
proyecto rechaza enfáticamente y ve alarmado el creciente discurso de odio y de
recurso a la violencia contra el personaje y contra miembros de la Liga del
Rayón, es totalmente inaceptable el que en grupos de discusión, en pasillos o
en redes sociales se nos tilde y amenace, replicando las nocivas prácticas de cierto
ex presidente encumbrado en canales de “historia” que hablan de aliens y
camioneros.
Propuesta
Como la diferencia de
pensamiento es una riqueza, promovemos el que se busque comprender al otro en
su propia subjetividad para construir puentes de comunicación, respetando su
capacidad para razonar y tejer la realidad mediante argumentos y no mediante
credos, con lo que creemos se puede aportar al camino de la convivencia y la
paz. Al atacar al otro en su persona, echándole en cara sus circunstancias
particulares no se construye, por el contrario, se le afianza en su postura, se
fortalecen los prejuicios y se desconoce de plano la diferencia. La diversidad
incluye gente de todas las posiciones políticas, incluso apáticos: la gente
tiene derecho a ser apática o a indignarse por lo que quiera. Que lo anterior
sea o no una situación deseable es otra discusión, si no lo es hay que buscar
la manera más eficaz de convencer. Como seres sintientes, podemos lograr
empatías frente a situaciones que podemos calificar libremente de “injustas”,
pero como seres inteligentes debemos poder ser capaces de organizarnos sin
imposición alguna, en torno a eso que nos indigna para procurar cambiarlo.
De lograrse esto, es
posible que un día en el campus las pedreas y rayones, como símbolo de una
indigestión comunicativa, tiendan a desaparecer; no porque las circunstancias
injustas denunciadas desaparezcan, sino porque el entendimiento y trabajo
colectivo creativo sustituirá estos métodos inútiles por otros. El conflicto
siempre estará, pero en la medida en que la inteligencia y el diálogo libre de
imposiciones se erijan como pilares de cambio, la violencia y el odio no
florecerán tan fácilmente. En el entretanto habrá ahora o en el futuro un Señor
Rayón que señale y cuestione.
Si la comunidad que
habita un territorio considera aceptable utilizar ciertas paredes para
comunicar ideas, no debería ser una lucha del que primero llegue cada que está
blanco de nuevo; debería haber espacios fijos convenidos para ello y que los
demás espacios se respeten y se dejen blancos. Que se piense si en realidad
muchos signos en la pared se han convertido en mensajes sin mayor contenido,
reiterados innecesariamente y sería mejor materializar las perspectivas
críticas de manera más propositiva, diferenciando entre mural, street art y rayón. En este sentido,
sería necesario hacer foros en cada facultad respecto al uso de los espacios,
determinar cuáles pueden ser razonables medios de divulgación y qué límites
mínimos de respeto deben establecerse, recordemos la experiencia de la Facultad
de Ciencias Económicas, que logró un acuerdo al respecto y donde el papel de la
Administración, como un actor más involucrado fue relevante. Es importante que
la administración respete la dinámica de expresión resultante de acuerdos;
sería útil que desde esta instancia se dispusieran ciertas paredes para que los
estudiantes podamos expresarnos allí, dejando de lado la ya vieja costumbre de
pintar de blanco todo desconociendo buenos trabajos y a sabiendas de que es un
acto inútil y que implica un importante gasto económico. El problema no está
solamente en las paredes, el problema está principalmente aquí (señalo mi
cabeza).
Los mamertos gritones no dejaron.
ResponderEliminar¿Por qué no este fin de semestre juntamos pintura blanca y dejamos bonito el campus?
jaja, hágale, cómprela y pinte
ResponderEliminar