Por estos días se lee con rabia y
mucha indignación, como varias mujeres, defensoras de derechos humanos y
lideres de diferentes poblaciones, en especial poblaciones desplazadas, han
sido víctimas de la fuerza pública y grupos paramilitares. Estas mujeres,
maltratadas, humilladas e indignadas, acusan al ejército y a grupos
paramilitares de ser los autores de abusos sexuales cometidos contra diferentes
lideresas. Los últimos casos conocidos, perpetuados por bloques paramilitares
en Bogotá, fue el de cuatro lideresas, una de ellas es Cleiner Almanza,
defensora de derechos de las comunidades desplazadas, quien se encontraba en la
capital para cumplir una cita con la fiscalía, otra con la defensoría del
pueblo y precisamente quería ir al ministerio del interior para que le
asignaran otro escolta. Cleiner a pesar de estar “protegida” (por orden de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos) por el Estado fue víctima de
amenazas, golpizas (en las que fue interrogada, pedían información sobre una de
sus compañeras) y abuso sexual.
Este caso resulta aun más grave,
porque es la cuarta vez que Cleiner es víctima de estos atropellos, lo que
prueba claramente que las medidas de seguridad no responden a las necesidades
de las personas amenazadas (sobre todo porque la función de protección puede
estar atravesada por connotaciones de clase, genero, posición social, etnia,
etc., es decir, los escoltas están formados para proteger a gente
“importante”); que parte de las personas que las están protegiendo pertenecen
al mismo estamento que ha sido victimario (pues el ejercito es uno de los
instrumentos fundamentales de la fuerza del poder estatal y es el estado quien
está a cargo de la “seguridad” de estas mujeres) y que como raro son casos que
han quedado en la impunidad.
El día que fue violada, Cleiner
intentó pedir ayuda a la policía, y la única respuesta de ellos fue burlarse,
señalarla de borracha por el estado de angustia y preocupación en el que se
encontraba y a pesar de las declaraciones que estaba dando y de informar quien
era, las autoridades no hicieron nada, por el contrario agudizaron su
lamentable estado. Cleiner declara que sintió mucha angustia y desesperación
por la actitud de la policía hasta el punto de pensar que podía ser una trampa,
pues ella había visto en varias ocasiones como la policía entrega niñas menores
de edad a paramilitares. Como si fuera poco al entablar la denuncia
en la fiscalía, su declaración fue objeto de duda, su testimonio no fue tomado
en serio. La fiscalía afirmo que se iba hacer cargo del caso, que iban a
investigar todo lo que estaba diciendo y que si encontraban que alguna parte de
su relato no era preciso estaría cometiendo un delito. Este testimonio no es
nuevo, ni esta situación es rara, los pobres así sean las víctimas, siempre
terminaran siendo los culpables y pagando por ello, la voz de las
victimas nunca será tomada en cuenta, y nunca será cierta.
Por otro lado, como antecedentes de
estos casos, en junio del 2011 aparecen una serie de panfletos en los que son
amenazadas e intimidadas varias mujeres, hombres y organizaciones, sobre todo
defensoras de derechos humanos, en nombre de “los rastrojos” y las “águilas
negras”, lo cual comprueba que la política del terror sigue azotando a todos
los sectores del país, que los paramilitares en Colombia aun existen y
responden a las políticas del gobierno de turno, como lo muestran de forma
contundente en sus diferentes comunicados.
Por último, es fundamental entender
como el abuso sexual ha sido siempre un arma de guerra, la cual se utiliza como
forma de instrumentalización, humillación, y desvalorización de la mujer, se
convierte en otra forma de dominación y control, tanto físico como psicológico,
es un mensaje de terror e intimidación para la población femenina. En este
sentido ante la pregunta ¿Es posible, como dicen algunos funcionarios
escépticos, que las mujeres exageren estos ataques? hecha por una
periodista, Cleiner afirma: “Ninguna mujer puede inventarse el dolor que
produce un abuso sexual sin que se le note. La tragedia de las víctimas de este
delito en todo el mundo, además de que sufren la peor humillación que una mujer
puede padecer, es que casi nadie les cree porque la violación no es comprobable
sino en determinadas circunstancias”
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