13 de octubre de 2012

La crónica del manifestante: APORTE DE UN REPORTERO REBELDE.




UNO ARTICULO MÁS ENVIADO POR UN REPORTERO REBELDE DE LA CIUDAD DE BOGOTÁ.

La crónica del manifestante:

No se marcha por aleatoriedad, por suerte, por determinación fortuita. En lo que a mi concierne, lo hago bajo toda un acervo de convicciones, quizá para los que lo interpreten, esto pueda venir de la necesidad, la de la gente.

Una maquinaria entera, grande, comprometida siempre es mostrada antes de cada marcha generalmente en las universidades públicas, en la mía lo hacen. Este fractal de actividades ve la luz para informarnos a todos los estudiantes de las marchas y las actividades políticas venideras. Para este caso, era el paro nacional, y aunque yo no respaldaba a ceguera la jornada, sí parecía muy acertado el hecho de la indignación expresada en la movilización.

Como generalmente sucede, antes de cada acción política los ánimos de los estudiantes comienzan a entretejerse en las facultades, en donde para desasosiego de los defensores de Locke y su contrato, es un infortunio deleznable digno de las propias fauces mamertas, ilusas y erradas el hecho de bloquear una facultad. Es un hecho político, respetable en cierta medida y su objetivo: Arrojar a los estudiantes a la plaza, a que dejen hoy la cátedra por el camino.

Un sol bonito, animado, acompañante le denota los rostros arrugados de luz a los estudiantes que comienzan a confluir como las hormigas cuando encuentran ese resquicio de comida en la mesa. Enhiestas las banderas, esclavas de la visión citan las carreras, las facultades, las reivindicaciones.

Cada una demuestra un problema, una inconformidad, al decir de Marcuse: A los que les quedan retales de esa pulsión transformadora, no ideologizada.

Se marcha muy animado al principio, es más, el cuerpo adquiere la disposición necesaria y llama a seguir el montón (un montón no irracional) la masa colorida, bella, la que intenta abrir.

Salimos y atravesamos la carrera 30 y saltamos esta misma, porque es posible que la masa negra (un montón pareciera irracional) nos maltratase, aunque solamente nos pasmáramos en un lugar, tan sólo por eso. No le damos importancia, avanzamos con cierta afanosa juventud y seguimos por inconsciencia. Se le ve, a un señor de gordura problemática, dictar órdenes, juicios y advertencias, como consecuencia somos empujados al centro de la vía, antes de la carrera 24 y nos escoltan unos buenos gendarmes, hasta con maquinas de guerra de 30 toneladas propias para apagar incendios con considerables vicisitudes.

Todo marcha "normal" hasta la carrera séptima, eso sí, antes de llegar hasta este punto, algún compañero bienhechor, nos brinda un aguardientazo boyacense, con exagerado anis, la ambrosía del campesino, imagino. Uno y otro estudiante, o persona, o transeúnte, o viandante o policía hacen graffitis, los planea, sin la característica medrosidad del descendiente laurenista.

Ya antes de llegar a la calle 26 con séptima, en ese lugar donde se confunden las calles no como objeto de la belleza, sino como manifestación del desorden, la despreciabilidad y la ineptitud, un gas. Lloramos, gritamos para dar la fuerza encarecida al compañero alejado, al que quizá no tenga la visión demacrada de sentir el disturbio en la contemporaneidad.

Eso fue pasajero, avanzamos como 300 metros, me llama mi papá para que le ayude con un asunto, campante voy por la calle y 3 ráfagas con un rastrico que podría ser bello visto desde otro paraje, nos pone atónitos, más gases, luego, respuesta y los problemas comúnmente registrados.

Tampoco nos detiene, es más, pienso en la posibilidad de recordar estas marchas en la posteridad, esa alegoría a la juventud en los años más adentrados, para defender cada gota de los ojos y de la frente que se pululan para transformar. Me viene la emotividad y le grito a los policías: "¡¿Por qué no nos ayudan? ¿No ven que nosotros somos los que acabaremos con esta miseria?!" Como si fuera tan fácil entender esta miseria, como si fuera tan fácil desprenderse de la falsa comodidad.

Me encuentro con un compañero de mi provincia, lo aboco con excitación, el hombre esperaba ya hace ratico, y él me cuenta de los últimos acontecimientos en su reunión vital. Avanzamos, pero ya extraviados, atomizados, en al Universidad Nacional éramos 8 tal vez, ahora sólo se vislumbran 2, pero se continúa la caminata.

Pasamos la 19, y caminamos de nuevo, no sin recordarle con entonada alevosía (creyendo que son otros) a una camarógrafo que grabase los actos de represión, eso si construiría verdad. Atrás suena como una papa, u otra cosa quizá, rellenan con un pelotón de aturdidoras nuestra calle y camino, nos botan gases atrás y corremos para no caer en su cadenas de asfixia, pero no satisfecho el personal con el sufrimiento de tener miedo y ver huir con vehemente urgencia a decenas de personas, un policía nos tranca con gases de frente, a mi amigo le pegan en la pierna, y me pregunto como por cosa de milisegundo ¿No estábamos ya en rendición súbita? ¿Eran necesarios más gases? ¿Teníamos cara de bestias infectadas de rabia?
Pero seguimos, abandonamos la séptima entonces a contrarreloj y me cae al lado una aturdidora. Esto último me hace sentir la explosión de guerra, de liza, la del pitico.

Abordamos la plaza por vías alternas, bajo la consigna: "¡A la plaza!" y allá en la plaza un grupo, muy posiblemente radical bota sus piedras contra lo que puede, pero nada que hacer, más gases, aturdidoras, pero corremos y seguimos.

Al final ya nada nos deja acceder a la plaza, la marcha es acabada por los que nos cuidan y por los que los confrontan, mi compañero reactiva su energía para llegar a su lejanía, y yo para resolver bagatelas.
                                                                                                                                                             
David Palacios
Estudiante de la Universidad Nacional

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