Por Fernando Sacamuelas
La teoría materialista
de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de
que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas
y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los
que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser
educado (…) La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la
actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica
revolucionaria.[1]
1.
La contingencia del
movimiento social chileno y su posible análisis materialista
Los movimientos sociales acontecidos
en Chile durante los últimos dos años, lo vuelven hoy en día uno de los lugares
hacia donde la mayoría de los ojos rebeldes de Nuestra América han decidido
posar por un instante la mirada. Hoy, a 39 años del trágico despegar de aquéllas
aviones cargadas de traición, las masas explotadas o los individuos simplemente
agobiados, han dicho basta. Miles, a lo largo y ancho del último país del orbe,
se han organizado bajo ideales que, para los criticones y dogmaticos
de siempre, rozan los anhelos y/o métodos de esos “sintomáticos pataleos
pequeño-burgueses”, pero que para el que siente esta lucha como suya, no
son otra cosa que la traducción natural (no por eso espontanea) del retumbar
consiente de los gritos desesperados de una sociedad que demanda, de una vez
por todas y para siempre, la dignidad arrebatada.
Este
rugir social, que los medios masivos de comunicación acreditan bajo la “espontaneidad”
o la consecuente moda “de una ola de protestas a nivel mundial”, para quienes
lo vemos y vivimos desde adentro, resulta más bien un saludable reordenamiento
de los movimientos sociales y políticos que componían, la hasta hace poco,
palidecida concatenación de fuerzas en las grandes (y vacías) alamedas.[2]
Reestructuración que puede responder, no sin considerables diferencias, hacia
patrones cercanos a los de una lucha popular prolongada (que sea capaz
de desestabilizar no solo el gobierno sino también el régimen) que diversos
movimientos de izquierda han venido planteando como programa estratégico
durante decenios.
Es
verdad, estamos en una era en que los países de América Latina han sobrevivido
asumiendo tristemente el peso de sus yugos y su rol de lacayos dependientes,
económica y culturalmente, de las grandes potencias occidentales; pero esa
tragedia imperial no quita, que de las diversas “crisis” que el mismo sistema
capitalista se auto inflige periódicamente para reagrupar sus fuerzas, se dé paso a la fecundación, en su propio
vientre, de movimientos sociales sinceros, radicales y por tanto contundentes.
Es que los movimientos
sociales en América Latina y el mundo, ya no nacen por santa concepción,
menos prematuramente, más bien en su gesta se encuentran mediados por distintas
redes que zurcen y acumulan las situaciones concretas que llevan a los
sujetos hacia el hastío sistémico, y por tanto lo empujan a unirse y
organizarse en pos de la desestabilización de un aparente “orden existente” que
carece cada vez mas de humanidad. Un momento particular de un periodo en donde
la conformidad con lo visto y lo vivido, se ha vuelto por más o menos motivos, por
más fuertes o débiles convicciones, profundamente insostenible para la gran
mayoría.
Parece
que en última instancia, estos procesos sociales están determinados a tomar
fuerza e insinuarse para sus diversos horizontes como una válvula de escape,
necesaria e inminente, ante la línea de miseria y desigualdad que el
capitalismo imperial (y su liberalismo refaccionado: el Neo-liberalismo)
agita como una bandera invisible hace siglos. Esta necesidad, claro está, tiene
un sentido más bien de urgencia, de prisa organizativa, de agilidad y unidad de
acción y no de pugnas egocéntricas por el “rol protagónico” en la vanguardia o
de recaídas en las ya conocidas pestes ortodoxas que nos llevan a esperar
pasivamente lo que tiene mecánicamente que acontecer.
Quien
quiera entender al hombre, sea dese su composición biológica, su
espiritualidad, sus valores, su cultura o su actuar, debe antes detenerse y
observar a su alrededor, debe poner bajo juicio las condiciones materiales de
existencia que una sociedad o un hombre posea, los patrones que se repiten y
las consecuentes injusticias que se multiplican, para comprender así, lo que la
propia sociedad o el ser humano piensa de sí mismo. Asumir, tal como la concepción
marxista de la historia lo recomienda, que el hombre debe abrigarse, comer
y tener donde dormir antes de hacer política, ciencia arte o religión. Así
mismo, debemos comprender y transparentar los modos y relaciones de producción
que en una determinada sociedad acontecen, para entender y transparentar toda
su compleja e invertida edificación ideológica. Tal como lo reafirma F. Engels
ante la tumba de Marx, este es un hecho sencillo, pero que por su misma simpleza
y claridad nos lo es ocultado bajo un tupido manto de maleza ideológica.
Dentro
de este proceso analítico y constructivo, el marxismo nos entrega un análisis
concreto sobre la constante superación de un estado social por sobre otro. Lo
hace, lo piensa y discute, precisamente porque su reflexión ataca y ocupa la
existencia concreta y real del hombre en cuanto tal. Es decir, en cuanto
creador y constructor de su entorno y por ende de su historia. Historia pasada
y reciente, que debe ser llevada a juicio, para sacar de dicha introspección
colectiva, nuestras conclusiones sobre lo bien obrado o lo rotundamente mal
hecho. El arremetimiento trastocador sobre lo existente, tiene un solo fin:
vencer; pero ello será difícil si no se sacan lecciones de estos 700 días de
lucha en Chile y por qué no, también de los más de 500 años de resistencia en Latinoamérica.
Valdría
preguntarse entonces: ¿Cómo no hacer la distinción entre conservadores y revolucionarios?
¿Serán esos conceptos los que fundamentan otros como “izquierda”, “derecha”, “progresistas”,
“liberales”, “demócratas” o “republicanos”? debe ser que, analizando a
conciencia las condiciones precarias en que la gran mayoría de los seres
humanos viven mientras la pequeña minoría se hace cada día más rica, no quedará
otra opción que decidir entre justificar el orden existente o luchar por
derrocarlo definitivamente para construir algo nuevo.
2.
Apéndice sobre el Materialismo Histórico y su
posible rol de “consejero”
“Materialismo
histórico es el nombre que Marx y Engels dieron a su concepción de la historia.
El nombre tenía su justificación histórica en el hecho de que contra la
concepción idealista de Hegel y bajo el influjo del humanismo naturalista y voluntarista
de Feuerbach, los dos fundadores del comunismo critico querían atribuir la
función de principio motor de la historia al sistema de las necesidades
humanas sociales, consideradas por Hegel solamente materia y medio de la razón”[3]
La
teoría marxista no es un recetario para declamar de memoria, tampoco una biblia
con la cual pasearse bajo el brazo por la plaza pública, el marxismo es una
síntesis teórico-practica sobre la vida real del ser humano y la cardinal
importancia que para su desarrollo (o aprisionamiento) tiene la intrincada
relación entre conciencia y ser social.
El marxismo logra ser
esencialmente controversial por el hecho básico de que no pretende convertirse
en un “recetario” de fórmulas para un correcto análisis económico o para una
acertada acción política. Los debates inherentes a la concepción marxista de la
historia nacen entonces de este mismo hecho, que no es estático sino dialéctico
y que está sujeto permanentemente a cambios. Al ser dialéctico destaca dos
características de lo real, lo histórico y lo dinámico, de ahí que sea
potencialmente revolucionario.
Si el marxismo
designa una síntesis de práctica política sustentada en una teoría económica,
histórica y filosófica, lo hace siempre a partir del hombre real. Incluye en
sí, una fundamentación dialéctica sobre los antagonismos reales que,
comprendiendo la lucha de clases como motor de la historia, basa la
emancipación del estado denigrante en que se encuentra el hombre en la
superación práctica y revolucionaria de aquellas trabas que entorpecen su
progreso.
Por eso, quien quiera
transitar cerca de la raíz de la propuesta de Marx y Engels, debe procurar una
lectura analítica y crítica de aquellos textos que estén directamente
relacionados y contengan mención explícita a los principios que determinan su concepción
marxista de la historia, para entenderla no solo como una teoría científica
sujeta a determinadas leyes objetivas, sino más íntegramente, como método para
el análisis, el fortalecimiento y la lucha liberadora de los movimientos
sociales al interior de un modo de producción específico.
Se trata de percatarnos,
como la propuesta que Marx y Engels nos hacen hace más de un siglo y medio, no
tiene fecha de expiración, ni padece de perennidad por una simple razón: cuando
la teoría relata realidad (o es capaz de otorgarnos un método para
des-cubrirla) no pasa de moda.
Y más importante aún:
es atingente en todo periodo a todos los movimientos sociales de los olvidados
de siempre que busquen acabar con las contradicciones que fundamentan su
miseria.
El materialismo
histórico, como medula del marxismo posee a su vez a «la filosofía de la
praxis» como su núcleo, es
decir a la actividad humana que trastoca y modifica su entorno. De ahí que su
estudio sea fundamental y sus conceptos deban ser permanentemente discutidos y
aclarados.
Con su filosofía
de la praxis, Marx realiza el tránsito al historicismo y pone a la
humanidad dinámicamente en relación y lucha continua consigo misma, con sus
creaciones históricas y con la propia actividad pasada, creadora de condiciones
y relaciones sociales determinadas pero siempre modificables. En este sentido,
la filosofía de la praxis significa concepción de la historia como
creación continua de la actividad humana, mediante la cual el hombre se
desarrolla y se produce a sí mismo como causa y efecto.
Trátese
de transparentar que cuando se habla de filosofía de la praxis, es de
una forma particular de entender la filosofía marxista, que parte de la
práctica revolucionaria del sujeto y por tanto del cambio de conciencia que
esto presupone. Nos vemos aquí ante la obligación de defender los principios
prácticos de la teoría marxista, principalmente si nos referimos al desarrollo
que este pensamiento tuvo en Europa a principios del siglo pasado. Años en que,
luego de la muerte de Engels, el materialismo histórico quedó permeable a las
tergiversaciones de pensadores reformistas, siendo simplificado al punto de
estatuir su elemento primario en la reducción de todos los demás factores a uno
solo: el económico. El marxismo pasó tristemente a transformarse en una
“llave maestra” que servía para la explicación de todos los problemas, ya no
como método permanente de estudio, sino como un recetario válido para todo
tiempo y lugar.
A
este espíritu resueltamente anti-dialéctico, dogmático y excesivamente teórico,
se enfrentaron autores como Gramsci o Lukács (por nombrar solo algunos). Lo
hicieron, no sólo pugnando por recobrar el valor originariamente práctico que
tenían los primeros escritos de Marx, sino también por devolverle su carácter
humano y dinámico. Se trataba de restablecer a la concepción critico-práctica
de la historia de graves malentendidos, pues la dialéctica real, que Marx opuso
a la hegeliana, estaba siendo interpretada casi mecánicamente, concibiendo a
los hombres como objetos pasivos de la historia antes que actores y autores de
ella.
Por
último, vale decir, que el concepto de filosofía de la praxis se torna
central e imprescindible porque ayuda a rescatar los fundamentos dialécticos
y no estáticos, históricos y no etapistas del materialismo histórico de
Karl Marx, y nos invita a una reflexión sobre la posibilidad de entender el
marxismo en su carácter humanista, histórico y praxiológico.
Un
buen objetivo sería demostrar que las interpretaciones de pensadores tildados a
veces despectivamente como “humanistas”, no son interpretaciones aisladas ni
realizadas al calor de presupuestos revolucionarios subjetivos o «ultraizquierdistas». La recepción
humanista y dialéctica que algunos autores hacen de la teoría marxista, son más
bien, interpretaciones que coinciden con lo que Marx y Engels pretendían
articular.
Por
eso, de pasar por alto el rol esencialmente práctico y revolucionario que el
sujeto histórico posee al hacer un diagnostico materialista de la historia, nos
situaríamos irremediablemente en el lugar de los que de brazos cruzados
aguardan el avance “automático” de aquella rueda de la historia que
trae, en su tortuoso andar, nuestro destino ya preconcebido.
F.S
sacamuelasfernando@gmail.com
[1] MARX,
Karl. Tesis sobre Feuerbach, Tesis III, texto incluido en: Engels, “Ludwig
Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”. Editorial Lautaro, buenos aires 1946.Pág.
92.
[2] Con “hasta hace poco” me refiero a
el proceso de reacomodación de la nueva política “democrática
transicional” que estuvo acompañada por la pasividad de los movimientos de
masas durante al ultima década de los noventa y la primera de este nuevo siglo,
“siesta” interrumpida en el 2006 por la “revolución pinguina” que devino,
lamentablemente, en reforma parcial.
[3] MONDOLFO,
Rodolfo. “Feuerbach y Marx: La dialéctica y el concepto marxista de la
historia”. 2da ed. Buenos Aires: Claridad, 2006.
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